Labor sin fruto

Julia Preston, reportera del diario The New York Times, escribiendo desde Washington, D.C., describe las peras pudriéndose en los árboles en el condado Lake de California, pues no hay mano de obra agrícola para cosecharlas. Rancheros le dicen que 70.000 de los 450.000 trabajadores agrícolas de este estado han desaparecido este año. El periódico más prestigioso de EEUU se está dejando engañar por la industria de agricultura, que desea un nuevo programa de “braceros”, y se queja de una falta de mano de obra laboral para conseguirlo.

Hace dos semanas, en las arboledas de olivos en el cercano condado de Tehama, casi no vi frutas en los olivos. Lluvia y frió esta primavera dañó la cosecha, y los trabajadores salen en busca de empleo en otra parte.

Siempre existen variaciones en cosechas locales, y en el número de trabajadores que se necesitan. Pero el periódico The New York Times pinta una cuadro falso. He pasado ocho meses viajando en los valles de California y todavía no he visto frutas podridas. Pero sí he visto condiciones bastante horribles para los trabajadores.

Los californianos necesitan una perspectiva más realista sobre la mano de obra agrícola.

Hoy en día cada vez más trabajadores agrícolas vienen de pueblos pequeños en el Sur de México y hasta de Centroamérica. En las viñas y arboledas de cítrico, es tan frecuente oír a los trabajadores conversar en mixteco, purépucha o triquí, lenguas indígenas precolombianas de México, que en castellano.

Están enriqueciendo a California, tanto en lo material como en lo cultural. Para los que les encanta el mole, eso es motivo para celebrar. Hoy en día el festival Guelaguetza expone los bailes tradicionales de Oaxaca en Fresno, Santa María y San Diego. Más allá de la temporada de la cosecha, cuando no hay mucho trabajo en los campos, tejedores triquíes producen rebozos brillantes.

Pero lo que ganan en salario estas familias casi no los dejan sobrevivir. Como dijo Abraham Lincoln, “El trabajo crea toda la riqueza”, pero los trabajadores agrícolas no se quedan con esta riqueza. Hace 25 años, cuando el sindicato UFW fue más influyente, convenios sindicales garantizaron casi el doble del salario mínimo de aquellos tiempos. Hoy en día, en casi todos los trabajos en la agricultura, el salario es el mínimo de California de $6,75 por hora. Y tomando en cuenta la inflación, el mínimo hoy es menos que en aquel entonces.

Los trabajadores agrícolas están en peores condiciones que hace más de 2 decenios, pero el precio de las frutas en los supermercados se ha duplicado.

Los salarios bajos tienen un costo humano.

Significan que las familias viven en caravanas muy llenas de gente, o empacados como sardinas en apartamentos y garajes, con muchas personas durmiendo en un solo cuarto. Los trabajadores indígenas están en peores condiciones como la mayoría, como es el caso con trabajadores que viajan siguiendo las cosechas. Estos trabajadores migratorios a menudo viven en coches, o hasta duermen en los campos debajo de los árboles. Sus ingresos son demasiado bajos para rentar vivienda mejor.

Hay una crisis de vivienda en el campo de California. Durante medio siglo, los rancheros han demolido a los antiguos campos laborales para trabajadores migratorios. Estos lugares nunca eran sitios lujosos para vivir, pero es peor no tener nada.

En el norte de México, he visto niños trabajando en el campo pero este año, los vi en California también. Cuando las familias traen a sus hijos a trabajar, no es que no les valen su preparación escolar o su futuro. Es porque no pueden pagar sus cuentas con solo el trabajo de los adultos.

¿Que haría una diferencia?

En primer lugar, sindicalización lo haría. El sindicato agrícola UFW alzó los salarios hacen decenios, logrando las mejores condiciones de vida para la mano de obra agrícola en la historia de California. Pero los terratenientes han manifestado una hostilidad implacable a la sindicalización. Y para los indocumentados, inscribirse en un sindicato o exigir sus derechos puede conllevar el riesgo no solo de ser despedido sino de la deportación.

Hacer cumplir las leyes también mejoraría las vidas de los trabajadores. La agencia de Asistencia Legal Rural de California hace una obra heroica inspeccionando las condiciones en el campo y ayudando a los trabajadores a que entiendan sus derechos, pero es una lucha muy dura también. A muchos trabajadores todavía se les pagan por debajo del salario mínimo, los envenenan con insecticidas, o los obligan a trabajar en condiciones ilegales.

Otorgándoles a los trabajadores un estado legal — un carnet de residencia permanente — les ayudaría a organizar sin arriesgarse a la deportación. Familias inmigrantes necesitan la igualdad, la estabilidad y el reconocimiento de su contribución importante.

Pero los dueños no desean aumentar los salarios para atraer a más trabajadores. En lugar de eso desean reclutar trabajadoress desde otros países con visas temporales, no permanentes, y así conseguir una fuente confiable de personas que pueden trabajar en este país, pero no pueden permanecer. Esto es repetir el programa fracasado de “braceros” de los años 1940 y 1950.

Con un programa de trabajadores temporales, los salarios en el campo no van a aumentar. Más bien, los trabajadores agrícolas estarán proporcionando un subsidio a la industria de agricultura por medio de salarios bajos, en el nombre de mantener “competitiva” a la agricultura de California. Las huelgas y los sindicatos que aumentan a los ingresos de las familias, se ven como amenazas.

Hemos visto todo esto antes, durante el programa Bracero. Cuando hubo huelga de trabajadores residentes, los rancheros trajeron a los braceros. Y si acaso hubo huelga de braceros, fueron deportados. Por eso fue que César Chávez, Ernesto Galarza y Bert Corona al fin convencieron al Congreso a que terminara el programa bracero en 1964. La primera huelga en contra de la industria de viñas por el sindicato de campesinos, empezó el año siguiente.

Darles a los rancheros un programa de braceros es un fallo que no debemos repetir. Mucho mejor es mano de obra agrícola que puede apoyar a sus familias.

David Bacon es un fotógrafo y reportero especializado en asuntos laborales. Este artículo apareció antes en el San Francisco Chronicle.

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