La entrada de la vicepresidenta Kamala Harris en la carrera presidencial de 2024 ha transformado una contienda electoral renqueante en una carrera a toda velocidad hacia la meta.
Tal vez lo que parece menos apreciado es el reconocimiento expreso de Harris de este momento sin precedentes en la vida de la nación: una tiranía sanguinaria y paralizante frente a libertades democráticas con visión de futuro.
Asimismo, en el período previo a las elecciones y sus consecuencias potencialmente tumultuosas, Harris está trabajando hábilmente para unificar la coalición diversa y multiclasista del Partido Demócrata que impulsa su campaña mientras intenta cortejar a quienes están considerando si votar o no por Trump o Harris.
Esta coalición anti-MAGA diversa, en constante expansión y poco unida incluye movimientos y figuras públicas capaces de influir en los electorados que han tendido a seguirlos.
Además de los estados en disputa que son críticos para una victoria en el Colegio Electoral en la carrera presidencial, la campaña de Harris y el Partido Demócrata han estado ayudando a las carreras electorales más dispares –en particular las carreras para el Senado y el Congreso de Estados Unidos– con recursos financieros y humanos para garantizar una trifecta poselectoral que defienda los logros democráticos y promueva otros nuevos.
En la etapa histórica actual de nuestro país, la campaña de Harris y el Partido Demócrata están dentro del ámbito de nuestra democracia capitalista, con todas sus inconsistencias. Por otro lado, Trump y el Partido Republicano están dentro del ámbito del fascismo, la dictadura terrorista abierta de los sectores más reaccionarios del capitalismo.
En la esfera electoral, en la etapa histórica actual, la campaña de Harris está hábilmente situada –estratégica y tácticamente– en el medio, aunque tiende a inclinarse hacia la izquierda, dado el historial y la disposición generales de la candidata. Si bien muchos progresistas piden justificadamente que la campaña de Harris-Walz pase de las palabras a la acción en relación con el genocidio que está ocurriendo en Gaza, la campaña en general refleja la base de la clase trabajadora, los trabajadores y los pueblos oprimidos, multiclasista, multirracial y diversa que representa.
Dados sus antecedentes, si Harris ganara las elecciones presidenciales y los demócratas ganaran ambas cámaras del Congreso, la administración de Harris estaría en una posición poderosa para impulsar una agenda progresista. Si lo hiciera ahora durante la campaña, sería un suicidio político.
Aquí, quiero enfatizar que Harris –como cualquier otra figura política– debe ser juzgada en base a su historial general y disposición política, no en base a este o aquel problema individual o percibido, y definitivamente no sin tener en cuenta el tiempo, lugar y circunstancias concretas en el mundo, la nación y la esfera de influencia de cualquier individuo en particular.
Cualquier cosa que se interponga en el camino de tomar la presidencia y ambas cámaras del Congreso es contraproducente y, dada la disposición neofascista de Trump y sus compinches, peligrosa para la democracia.
Además, según la estimación educada de los científicos, la vida humana está en juego en la boleta electoral de noviembre, especialmente si se considera el ritmo cada vez mayor al que se está produciendo el cambio climático. Además, los abolicionistas de las armas nucleares están alarmados por la posibilidad de que Trump y sus colaboradores cercanos sean quienes tengan el dedo en el botón de las armas nucleares.
Para mi sorpresa, recientemente me he encontrado con activistas políticos de izquierda que no logran ver la naturaleza histórica de que una mujer negra –en este caso, también hija de padres inmigrantes de color– se convierta en presidenta de los Estados Unidos de América.
Los cientos de miles, si no millones, que respondieron con entusiasmo a la candidatura de Harris captaron, aunque vagamente, el carácter de precedente de su carrera presidencial.
Hizo falta la más mortífera y sangrienta Guerra Civil estadounidense, que acabó con la esclavitud en 1865, un breve período de Reconstrucción y, un siglo después, el movimiento por los derechos civiles liderado por el Dr. Martin Luther King, Jr., para establecer sobre una base firme el derecho a votar y a postularse a cargos públicos para los estadounidenses negros, las mujeres, la gente de color en general y otros pueblos marginados.
Y para completar ese cuadro debemos reconocer el papel de las mujeres, a través de muchas luchas públicas personales y de masas, para romper las cadenas que las ataban a un papel subordinado a los hombres en nuestro país desde la Edad Media en Europa.
Tal vez no haya dos frases que simbolicen mejor la fusión de estas corrientes políticas que “Ain’t I a Woman” (¿No soy una mujer?), pronunciada por la ex abolicionista y sufragista esclava Sojourner Truth en 1851, y “I am a Man” (Soy un hombre), pronunciada por los trabajadores sanitarios afroamericanos sindicalizados en huelga en 1968.
Es sobre los hombros de estas corrientes duales, a menudo entrecruzadas, que surge hoy la candidatura a la presidencia de Kamala Harris.
Como lo quiere la naturaleza contradictoria de las grandes coyunturas en la vida de una nación, el nuestro es un momento que, por un lado, ofrece inmensas posibilidades para las libertades democráticas y, por el otro, peligros sin precedentes para un gobierno autoritario y represivo.
Juan López es un activista comunitario y laboral de larga trayectoria en el Área de la Bahía de California. Anteriormente fue miembro del sindicato de camioneros y delegado sindical.
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