La Revolución bolchevique en su centenario: Lo que no debemos olvidar
At the Baikonur Cosmodrome in Kazakhstan on March 12, 2016, a bird silhouetted by the sun sits on the hand of a statue of Vladimir Lenin, leader of the Russian Revolution of 1917. | Dmitri Lovetsky / AP

Mucho tiene que ver la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia con las actuales búsquedas de un mundo mejor al que millones de seres humanos aspiran por haber provocado una transformación revolucionaria de largo alcance, más allá de las fronteras rusas – más tarde soviéticas-, y por ser la primera experiencia de desconexión del dominio capitalista e imperialista.

Los méritos de ese importante acontecimiento se multiplican si se tienen en cuenta las condiciones económicas de la Rusia de principios del siglo XX, país inmenso semifeudal, con millones de analfabetos y solo con algunos bolsones de desarrollo industrial. A ello se une que al derrocar la reaccionaria monarquía zarista y emprender el cambio revolucionario debió enfrentar la agresión económica y militar de prácticamente todas las potencias capitalistas de la época.

En aquellas difíciles condiciones la revolución provocó una colosal transformación socioeconómica, política y cultural a favor de los intereses de las mayorías desposeídas y excluidas de riquezas y derechos.

Fue una experiencia de búsqueda y descubrimiento de un cambio cultural y civilizatorio y, como muchos reconocen, fue un huracán de esperanzas, no solo para Rusia y para las repúblicas soviéticas que más tarde fueron conformándose, sino para los trabajadores del mundo empeñados en lograr una mejor distribución de la riqueza y el cese de la explotación, junto con la dignificación del trabajo.

La Gran Revolución Socialista de Octubre revolucionó el mundo, motivó la implementación de fórmulas organizativas para enfrentar al capital y como una oleada se fueron multiplicando partidos comunistas, sindicatos, movimientos obreros y campesinos, junto con organizaciones de mujeres en defensa de sus derechos, a la vez que creció el enfrentamiento al colonialismo y al neocolonialismo.

Aquella revolución impregnó de nuevos bríos la lucha popular en nuestro continente, gestada desde fines del siglo XIX cuando el imperialismo norteamericano – como había avizorado José Martí-, se expandía con botas injerencistas y usurpadoras de riquezas naturales. En ese contexto la clase obrera crecía en algunos países de mayor desarrollo industrial bajo el influjo de ideas revolucionarias, marxistas en muchos casos, anarquistas en otros, que traían los inmigrantes europeos que llegaban a tierra latinoamericana y caribeña. Fueron ideas y acciones revolucionarias que después de 1917 se multiplicaron.

Mucho tuvo que ver la revolución de 1917 en Rusia con las conquistas sociales obtenidas por amplias masas populares a lo largo del siglo XX y con las capacidades patrióticas e internacionalistas desarrolladas en los pueblos de las repúblicas soviéticas que, junto con el Ejército Rojo, fueron decisivos en el enfrentamiento y derrota del fascismo. También tuvo mucho que ver con las razones que llevaron a que la URSS se convirtiera en la segunda potencia mundial, a devenir factor de equilibrio que posibilitó mejores condiciones para el logro de la independencia de muchos países coloniales. Aquel inmenso país fue el que envío el primer hombre, la primera mujer y el primer latinoamericano al espacio, lo que no es simple simbolismo, sino muestra de desarrollo científico y tecnológico a favor de la paz.

El propio capitalismo no pudo eludir los impactos de la revolución y se vio obligado a adaptarse a un nuevo contexto en el que le aparecía un fuerte rival que más tarde condujo a la bipolaridad. Las tesis y acciones reformistas a favor del llamado “Estado de Bienestar” en las formaciones del capitalismo europeo fue uno de esos impactos, al igual que la política del llamado New Deal (1933-1938) adoptada por el Presidente de Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt.

Fue una revolución genuina con incalculable valor histórico y político, que no puede subestimarse por las desviaciones que en algún momento alejaron a dirigentes y sectores de la sociedad soviética de las bases conceptuales y políticas de la revolución y de las honestas raíces marxistas de los ideales y acciones de Vladimir I. Lenin y de otros líderes de aquella gesta.

No es en esta oportunidad que vamos a juzgar las tergiversaciones acerca del ideal socialista, ni la perversión de prácticas democráticas que más tarde permearon a la URSS, tampoco nos detendremos con puntos de vista acerca del desmontaje de la construcción del socialismo que condujo al desplome de una sociedad que se levantó con notables éxitos como alternativa al capitalismo. Pero mucho menos vamos a demeritar lo que significó la Revolución de Octubre y la existencia de la URSS y el campo socialista europeo para el mundo subdesarrollado y para el avance de la Revolución Cubana.

Lo cierto es que lo ocurrido fue una extraordinaria experiencia cuyos logros y errores requieren de profundización y análisis. Los primeros como muestra de lo que es posible alcanzar por los pueblos a favor de sus intereses, y los segundos para reflexionar acerca de factores endógenos en un proceso de transición socialista que pueden llevar a su desmontaje, incluso en muy poco tiempo, si no se solucionan adecuadamente las contradicciones propias de ese tipo de proceso.

Son temas en los que hay que profundizar junto con interrogantes alrededor de enfoques conceptuales, socioeconómicos y políticos que se fueron instalando en la URSS sobre problemáticas muy sensibles, sobre todo para el pueblo.

Es el caso de la correlación entre desarrollo y crecimiento económico sin que se despliegue una conciencia individual y social permeada de valores socialistas y comunistas; el distanciamiento de las estructuras partidistas, estatales y de gobierno de las masas y del Estado con la sociedad civil, junto con la subvaloración del factor subjetivo en un proceso revolucionario y de su rol en la necesaria renovación de la hegemonía socialista. También el impacto social de distorsiones en el campo de la cultura, el dogmatismo, el burocratismo y la corrupción merecen serias reflexiones si se tienen en cuenta los alertas planteados por Lenin desde antes del triunfo de la revolución, pero sobre todo entre 1918 y 1923.

De muchos trabajos, notas y reflexiones expuestos durante poco más del primer lustro de la revolución en el poder destacamos sus análisis en “Las tareas inmediatas del poder soviético” y ¿Se sostendrán los bolcheviques en el poder? donde profundizó sobre las complejidades asociadas a la tarea de gobernar representando los intereses de obreros y campesinos. También resaltamos las proyecciones sobre temas de organización y política partidista expuestos en su carta de diciembre de 1922 al congreso del partido que para muchos constituye su testamento político con claras referencias al importante rol de los obreros y campesinos, de las masas populares, en un proceso hacia el socialismo.

Lo cierto es que lo que lo que condujo al derrumbe de la URSS no puede achacarse ni a Lenin, ni al marxismo, ni puede utilizarse para descalificar el valor histórico y político de la Revolución Bolchevique de 2017, acontecimiento que reviste gran actualidad más allá de la celebración de su centenario. No se trata de envolvernos en nostalgia, sino de analizar equilibradamente los hechos históricos, los logros, los errores, las contradicciones que existieron, pero también la inconsistencia de mitos y trampas que se levantan, sobre todo desde 1989, con vistas a “fundamentar” la supuesta inviabilidad del socialismo y la inevitabilidad del capitalismo, lo que constituye un fatalismo histórico inaceptable.

Pero sobre todo el análisis de la Revolución de Octubre demuestra que las lecciones de la historia son un legado irrenunciable que nutre el movimiento anticapitalista y antiimperialista en la actualidad, son recursos que alimentan el accionar para enfrentar el presente y proyectar el futuro de los que aspiran a un mundo mejor. Son lecciones para el despliegue de los procesos de transición socialista que siempre se desarrollarán con muchas condiciones inéditas porque no hay dos países iguales, pero que a la vez requieren de brújulas que permitan encausar el rumbo hacia una estrategia de orden socialista. Por tanto no solo aporta a la evaluación del pasado, sino a la proyección del presente y el futuro de la humanidad.
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CONTRIBUTOR

Olga Fernández Ríos
Olga Fernández Ríos

La Doctora Olga Fernández Ríos: Licenciada en Historia, Doctora en Ciencias Filosóficas. Academia de Ciencias de Cuba: Profesora Titular, Investigadora Titular. Miembro de la Junta Directiva de la Fundación Fernando Ortíz. Presidenta de la Sección de Ciencias Sociales de la SEAP (La Sociedad Económica Amigos del País). Especialidad de trabajo: Filosofía y Teoría Política.

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